Crímenes ferpectos
PUNTAJE: 8
Regresa Santa Clarita Diet a la pantalla de Netflix. La serie creada por Victor Fresco, que cuenta con Drew Barrymore y Timothy Olyphant en los roles protagónicos y como productores ejecutivos, concreta una segunda temporada eficaz y divertida.
La primera entrega de Santa Clarita Diet rompía con los estereotipos de las comedias con zombies. De hecho, técnicamente, Sheila Hammond –Barrymore, demostrando nuevamente su versatilidad para la comedia absurda- está muerta, pero nunca salió de la tumba. Su piel no se pudre ni toma otro color –aunque se le caen los dedos y a veces se le desvía un ojo-, ni tampoco come cerebros. Por el contrario, tiene más energía que nunca. No se cansa, es veloz, y su personalidad es más impetuosa. Una lástima que para “sobrevivir” necesite carne humana.
Si el año pasado el desafío de la familia Hammond era como afrontar los asesinatos moralmente y seguir siendo “normales”, buenos vecinos y trabajadores, este año, se le suma descubrir porque Sheila es una “no-muerta”.
Fresco y su equipo de guionistas resolvieron el principal problema de la temporada anterior: no llevar el absurdo a un punto límite. A pesar de que crearon sus propias reglas –lo que es fundamental para dar vitalidad y diferenciar a la serie de otros productos similares- nunca llegaban a animarse a ir más allá, como por ejemplo sí lo sigue haciendo Ash vs Evil Dead.
En esta temporada, hay cabezas parlantes, fanáticas religiosas, almejas carnívoras, y sobretodo, personajes secundarios que toman mayor protagonismo, al punto de deparar más de una sorpresa. Y ese es acaso, el mejor descubrimiento de esta segunda parte: lograr sorprender, complejizar, entretener y no perder el humor, y a la vez el corazón de la serie.
El crecimiento de los personajes va de la mano de la evolución de las interpretaciones. Si bien Barrymore es el alma de la obra y, previamente ya había demostrado su talento para la comedia en las películas con Adam Sandler, es Olyphant la verdadera sorpresa. El intérprete de Deadwood es un gran comediante y esta vez se lo nota mucho más cómodo. Además, la química con ella es potente. También crecieron Liv Hewson –Abby, hija del matrimonio- y Skylar Gisondo –Eric, el vecino nerd de la familia- y esto les permitió a los escritores agrandar la subtrama alrededor de su relación. Ambos atraviesan un coming of age, que lejos de ser solemne o sentimental, se siente a la vez genuino.
La empatía que los realizadores sienten por sus personajes se transmite a la pantalla, especialmente por la falta de prejuicios. El tono de la obra nunca abandona lo absurdo. Incluso en los pocos momentos sentimentales, no se enfatiza el drama desde la puesta en escena o la música, algo que es característico de las sitcom.
En tiempos en los que la corrección política está al día, Santa Clarita Diet se acomoda, pero también logra un entretenimiento efectivo y poco serio. No hay un discurso moralizador, y la tensión y el arco narrativo de los personajes es constante. El terror y el humor se vuelven a dar de la mano con total fluidez, lo que permite que los 10 episodios se consuman velozmente.
Con vueltas de tuerca precisas, gore, efectivas interpretaciones y guiones calculados que no temen llevar el absurdo a niveles ridículos, la segunda temporada de Santa Clarita Diet se nutre de una frescura que rememora a los primeros y mejores films de Alex de la Iglesia. Quizás no sería mala idea traerlo como director invitado en una posible tercera entrega.
El regreso de los Hammond confirma el destino de culto de Santa Clarita Diet. Esperemos que los ejecutivos de Netflix comprendan el material dorado que tienen entre manos y le den una oportunidad de seguir con vida, al menos durante un año más. Que viva el gore. Y recuerden… ¡no coman almejas!
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